El legado del paisajista se eterniza en “El amo del jardín” que lo muestra activo y trabajando a los 88 años.
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A veces, retratado y retrato se confunden. Algo así pasa con Yasuo Inomata (88, Ingeniero Paisajista) y Fernando Krapp (41, escritor y documentalista). Ambos eligieron profesiones que requieren vocación o, más bien, obsesión por los paisajes, las imágenes y las palabras. Y a la vez paciencia, porque los tiempos de un jardín son tan largos como los de un documental. En este caso, “El amo del jardín” -cuya producción duró 6 años- ofrece un recorte de la vida de Yasuo Inomata, japonés que es un referente en la creación de jardines japoneses en la Argentina. Un artista, un hacedor, un hombre desprovisto de codicia y, sobre todo, alguien que hizo de su pasión una forma de vida.

Ingeniero por la Universidad de Agricultura de Tokio con especialización en Paisajismo, Inomata puso su primer pie en Buenos Aires en 1966. También había pensado en California, Estados Unidos, pero las heridas de la guerra todavía estaban latentes. Llegó a Escobar, a 60 km de la capital, estas tierras altas fecundas para viveristas, pero él buscó otro camino. Había una comunidad asentada, él tenía formación y sed de aventura.

El Jardín Japonés de Escobar fue su primera creación al llegar al país, como agradecimiento a quien lo alojó cuando vino a Argentina. Fue el responsable de trasplantar árboles centenarios del boulevard de la construcción de la General Paz, una obra inmensa para la cual recurrió a la técnica de tarumaki, que consiste en cavar un círculo de un diámetro mayor al del tronco, sujetar la tierra con un trenzado y contener las raíces con tierra. Fueron trasplantados más de dos mil ejemplares, sobrevivió el 95%.

A comienzos de los años 70, a Inomata se le encargó rediseñar un jardín japonés, creado en 1966 por la colectividad, para recibir a los príncipes herederos de Japón. Fue inaugurado 1979 y es, aún hoy, su obra emblemática. Como para muchos artistas, su creación más recordada no es la que más satisfacciones le trajo. El espejo tiene dos caras: por un lado su dedicación y entrega, por el otro, su enojo por cómo el jardín fue mantenido, modificado, trasgredido.

Después le llegaría una clientela de empresarios, políticos y famosos, atraídos por la cultura Nikkei, el sushi, los origami, la ceremonia del té. Entre ellos, Alfredo Román, Tommy Lee Jones, Gregorio Pérez Companc. Todo parece casi bizarro al escuchar su castellano trabado, sus gestos toscos, sus expresiones indignadas, su humor irreverente. Uno puede imaginárselo dando órdenes a sus ayudantes, podando ramas, dibujando planos, así como también puteando en castellano e incluso contemplando un minuto el agua de una laguna, fumando un cigarrillo. De naturalezas tan diversas está hecho el ser humano.

La semilla
El documental parte de un recorte del libro de Krapp Una isla artificial (Tusquets), crónicas de japoneses en La Argentina, editado por Leila Guerriero. Inomata es uno de los entrevistados y es una joya, como dirá el propio director del documental. En la película ríe, fuma, se enoja, cocina pollo en la parrilla, dirige el trasplante de árboles, mira fotos con su hija, recorre en lancha al costa de su ciudad natal con su hijo, habla con un admirador que realiza una investigación sobre jardines japoneses en el mundo (Koji Tanaka). Detrás de escena imaginamos a su mujer, tendiendo hilos, intentando seguirle el rimo a este hombre sin descanso.

Inomata se resiste a clasificar, a dar explicaciones. En la lógica del jardín japonés hay un reflejo de la naturaleza, pero no hay intento de dominación. Así, una roca puede ser una montaña, un estanque puede ser el mar. Él hablará de distintos motivos japoneses, como por arriba, un poco ofuscado. Ofreciendo tal vez un mensaje zen: la belleza está en la experiencia y el misterio es parte de la vida. La película fue estrenada en Bafici y se exhibe en Malba desde junio y hasta el 4 de agosto, los domingos a las 18hs, luego en el cine Gaumont, el Rosario y próximamente más. Habrá que estar atentos.

Conversamos con Fernando Krapp, guionista y director del documental.

-¿Por qué el documental se llama “El amo del jardín”?
-Es como una elegía, una despedida. Un maestro que enseña con la presencia y la experiencia. Me gusta la frase y me remite al libro El amo del corral, de Tristan Egolf. Además me gusta cómo suena, porque Inomata es el amo y señor de lo que es un jardín japonés acá. Condensaba su deseo de convertirse en paisajista. Trabajó toda su vida en algunos casos por debajo de su salario, movido fundamentalmente por su amor al arte de los jardines. A él no le gusta tanto ese título, pero yo lo tuve claro desde el principio, nunca lo cambié.

¿Qué te movió a hacer esta película?
La película se desprende del libro La isla artificial. Había algo en el personaje que se destacaba. Él es Issei (primera generación de japoneses inmigrantes) de ultramar y yo había estudiado el conflicto de la identidad Nikkei (descendientes de inmigrantes japoneses) que surgió con fuerza como debate a mediados de los ochenta. Como personaje, Inomata era narrativamente interesante y con características performáticas. Es extrovertido, da bien el cámara, su historia de vida y su arte. Es muy diferente la idea del paisaje oriental, los jardines latinoamericanos tienen una lógica más extractivista, ellos tienen un vínculo más sintoísta, que tiene en cuenta el vacío, el paso del tiempo, los límites más marcados. Además, por ser insular, el mar es un elemento importante dentro del jardín japonés.

-En el documental él habla de las piedras...
-La roca es lo primero que se elige. La selección de las piedras es muy importante. El paisajista tiene que conectar con el deseo de la piedra. En el documental, Teresa de Zavalía (cuyo jardín fue creado por Inomata) rescata las indicaciones del siglo XII para hacer un jardín. La asimetría, el vacío sobre el que se establece todo, la condensación de los árboles, lo flotante y lo transitorio. Hay diferencias epistemológicas, ellos condensan la idea del cosmos. La isla, siempre una laguna con su isla, y las piedras generan la imagen del jardín bien hecho. Está desperdigado, pero tiene un impacto visual.

-¿Cómo elegiste de qué manera contar la historia?
A veces tenés dos caminos: o lo seguís y le ármas un marco o lo que me interesaba a mí, que es más una película “de personaje”, algo que implica seguirlo y ver la deriva. Habilita el tiempo y hay un proceso que implica estar con el otro y con las limitaciones que el otro te impone. No apareció de entrada, de hecho hubo varias versiones. Y después apareció la voz en off, que le aporta más cercanía y una mirada.
-Cuando viajan a Japón hay como un cambio en él.
-Queríamos ir a Japón para ver el país con los ojos de él. Revivió heridas de la posguerra, pero también apareció un personaje no tan cabrón y más gracioso. Cuando aconseja al estudiante que lo admira, le habla de convicción y de coraje, esa es su naturaleza.

-En una parte él te dice que tenés que ir a Japón para entender qué es un jardín japonés… ¿entendiste?
-Creo que lo que pasa con la película es que a veces no entendés con la palabra, sí con la presencia e investigación. Encuentro muchas similitudes entre hacer una película y un jardín. En cierto modo, el misterio de lo que es un jardín japonés está condensado en la lógica que propone la película. Los jardines tienen cercos que proponen un límite, un espacio fuera del tiempo. El cine hace lo mismo con el encuadre; congela el tiempo. Y la experiencia de mirar una película es similar a la de habitar un jardín.

-“El argentino duro, se olvida”, dice Inomata en la película. ¿Cuál es su relación con los argentinos?
-La gente lo saluda, lo reconoce, le dicen “Ino”. Los obreros están comiendo asado y él está al lado comiendo arroz. Lo respetan y lo llaman. Es muy pícaro. Tiene don de gente y es muy anfitrión pero hay cosas, como llegar tarde, que para él son fatales.
-¿Te sorprende hoy el documental?
-Lo que me gusta es ver cómo la gente mira la película y cómo se ríe. Y cómo se va emocionando.

Hasta el 4 de agosto, entradas de MALBA en venta acá.